Dónde comer —y correr— en Boston

Nuestro cliente Maeno Gómez Casanova sueña con sus ya acostumbradas visitas a dos restaurantes en Boston… pero también sabe dónde ir para sudar esas calorías consumidas

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POR: Maeno Gómez Casanova

Aquí en la agencia de comunicación Maeno&Co tenemos una ejecutiva que es filósofa, y una de sus frases célebres es “La vida puede ser difícil… pero comer es demasiado bueno”. Es un genio, les estoy diciendo, porque comer, y comer bien, es una de las grandes alegrías de la existencia humana.

Por eso, cada vez que estoy en Boston, a mí básicamente hay que agarrarme para que mis patitas no se vayan solas a mis dos restaurantes favoritos para esos fines, Myers+Chang y South End Buttery. No tendrán estrellas Michelín, pero yo en esos dos sitios veo estrellitas.

Ahora, así como la ejecutiva en nuestro equipo habla de dificultades y de bondades, la vida también es cuestión de equilibrios. Por eso, me verán dándole al tenedor en esos dos restaurantes, pero también me verán sudando el jamón en mi parque favorito en la ciudad.

Aquí les dejo estas recomendaciones sobre dónde comer con gusto y luego quemar esas calorías.

[1] MYERS + CHANG

Nadie entiende el grado de amor que le tengo a Myers + Chang. La chef, Joanne Chang, tiene conocimientos de pastelería, de química y de magia, y por eso hace unas interpretaciones elaboradas de la comida china, la taiwanesa, la tailandesa y la vietnamita.

Ramón Emilio hizo sus estudios universitarios en Boston, y desde esos días le gustaba ir. Un día me llevó a conocer el lugar y desde ese entonces soy fijo cada vez que visito la ciudad, e intento quedarme por lo menos 24 horas, aunque esté haciendo una escala terrestre, para ir al bendito restaurante ese. De hecho, en una de esas ocasiones nos regalaron muchísimos platos de cortesía, porque la mesera se dio cuenta de que andábamos con las maletas para ir al aeropuerto y habíamos separado ese tiempo solo para ir a comer allá.

Pero es que vale la pena: las costillitas son una locura, porque se desbaratan en la boca. También pedimos los dumplings de cerdo Mama Chang’s, para comer como cerdos. O los bollitos de cerdo, ídem. Asimismo, un poké bowl y una porción de nasi goreng, un arroz frito de Indonesia que yo creo que me lo unté. Y claro, siendo Boston, los mejillones son un escándalo. Me siento mal de todo lo que pido siempre, pero valor.

Yo digo que Myers + Chang es el último cuplé antes de salir de Boston, porque ahí me doy mi jartura final. Háganme caso.

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[2] SOUTH END BUTTERY

Es bueno eso de tener un “guía” que conozca la ciudad como un local. Por eso, para desayunar nos paramos en un lugar que aparentemente solo los nativos visitan: South End Buttery.

Ahí uno pide su sandwich, se lo come en la terracota junto a la gente y sus perros, en modo relax. Se sentía, verdaderamente, como una comunidad.

El menú cambia según la disponibilidad de ingredientes, y por eso en este viaje reciente aparte del sándwich —que son buenísimos allá— pedí también una ensalada de col rizada con toronja, de las opciones escritas en la pizarra.

Ahí, alejados del bullicio del centro, con esa decoración de cafecito parisino, me sentía como un local. Bien Baaaaahston.

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[3] BOSTON COMMON

Pero esos sánguches y ese arroz no se van a bajar solos, así que en Boston le doy una ayudita al metabolismo con una corrida matutina en el parque Boston Common. Este parque público, de 20 hectáreas, es el más antiguo de todo el país —de hecho, Estados Unidos era colonia y esas matas ya estaban ahí arregladitas—.

Como nos habíamos quedado en el hotel W en la calle Stuart, la entrada del parque en la calle Boylston nos quedaba a una cuadra. No había excusa. Por cierto, déjenme aprovechar para decir que en esa estadía en el W en Viajes Alkasa nos dieron los beneficios Signature, y nos hicieron un ascenso a una habitación con vista esquinera en el piso 15, con el desayuno incluido. Un éxito.

Pero volviendo al tema del parque: correr en el Boston Common fue una buena experiencia. Ahí se hizo un buen trabajo de paisajismo, y durante el recorrido hay lagunitas, puentes y vistas verdes muy agradables —así como un reguero de estatuas muy decenticas de gente histórica seguramente importante cuyo nombre no recuerdo porque les pasé por el lado literalmente corriendo—. Ahí vi familias con sus perros, gente leyendo patas arribas en un banco, otros ejercitándose como yo. Esa, definitivamente, es la verdadera función de un parque público en una ciudad.

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Fotos: Maeno Gómez Casanova