Una visita a la Reserva Ojos Indígenas

En la zona de Bavaro-Punta Cana hay mucho más que resorts: nuestra asesora Balvina Suero descubrió que también es un lugar para disfrutar de la naturaleza

POR: Balvina Suero

Estuve con mi familia esta Semana Santa Pasada en el RIU Palace Bávaro —no dejen de leer mi entrada sobre el parque acuático del hotel—, y cuando visito un resort acostumbro siempre aprovechar para conocer un poco de la zona. Investigando las opciones di con la Reserva Ecológica Ojos Indígenas, una zona protegida llena de manglares, lagunas para darse un chapuzón y hasta un río subterráneo.

Mi familia y unos amigos salimos del hotel y llegamos a la reserva, ubicada en Punta Cana, en apenas 15 minutos. El precio de admisión para todos los visitantes mayores de siete años es de 25 dólares, y el proceso de entrada es muy organizado: al pagar se recibe un brazalete, y quienes no han llevado comida pueden comprar picaderas y bebidas en la cafetería de la Reserva.

Esta es una reserva forestal, así que alrededor de las 12 lagunas hay una vegetación de bosque subtropical, con palma, mangles, palo seco y unas enredaderas que muchos usan para tirarse al agua. Esa vegetación, y los impresionantes tonos de azul y verde de las lagunas, hace que uno se quede maravillado. La más grande de todas, llamada Guamú, mide 20 metros de ancho por 35 de largo.

Ahora, muy bonitas las lagunitas cristalinas, pero… ¡Qué agua tan fría! ¡Prepárense a llenarse de valor para tirarse ahí dentro! Por suerte, una vez que el cuerpo se acostumbra, ya no hay problemas —mi niña de siete años entraba al agua como si nada después de unos minutos—. Otro consejo: lleven zapatos especiales de playa, pues las piedras del fondo hacen que uno se pueda resbalar fácilmente si se va descalzo. Nosotros hicimos nuestra tarea, y afortunadamente fuimos todos con el calzado adecuado.

Una de las lagunas está cerrada para los humanos, porque está habitada por peces y tortugas… y esas tortugas se roban el show. Nosotros habíamos llevado las hamburguesas y hot dogs que nos ofreció el hotel como paquete de almuerzo, y comenzamos a darles uno que otro pedacito del pan a la veintena de tortugas que viven ahí. Ellas se nos acercaban felices, tan felices que mi niña casi se quería tirar para estar junto a ellas, y al final nos quedamos sin pan —mi hija y yo lo sentimos mucho por mi esposo y mis amigos, que estaban soñando con esas hamburguesas—. También lo siento por el pato que decidió que yo era su persona favorita por tener pan a mano, y cuando se acabó me persiguió a tal punto que hasta salió en nuestras fotos. ¡Fue una experiencia preciosa! Mi niña lo disfrutó bastante.

Al terminar de bañarnos tomamos un sendero llano, muy cómodo para caminar. Para cerrar con broche de oro una experiencia ecológica tan linda, el camino nos llevó a una salida de playa casi virgen, desierta, preciosa. ¡Cuántas maravillas naturales tiene este país!

Fotos: Balvina Suero